31 mayo 2011

Imaginería

Me imagino en una casona grande a las afueras de algún pueblo perdido entre las montañas y el mar. Me imagino dentro de los baños árabes, con esas aguas deliciosas cubriendo mi piel dolida. Me imagino con los cabellos al viento, caminando sola, sin miedo a aquella soledad, sin miedo a nada, caminando por bosques perdidos entre las tierras de Irlanda. Me imagino bailando con esa fuerza del duende de flamenco, taconeando en un tablao, sintiendo el calor y la fuerza que sale dentro de uno cuando nos encontramos con nuestra verdadero yo que sale chorreando porque siente que la música le hiere las fibras de la piel, porque siente que todo se le desgarra, porque quiere sentir, porque quiere perderse en esa vorágine de sentidos.

Quiero sentir eso, quiero que la música me posea del tal manera que el duende juegue con mis extremidades y me haga bailar de una manera como uno nunca lo hubiera imaginado... He encontrado en el flamenco cosas que no había encontrado nunca. Debo decir que soy una simple principiante, que sé poco, que tengo mucho que mejorar, que apenas sé un par de taconeos y algunos movimientos de brazos, sé poco... Pero a pesar de ello, de mi pocos conocimientos, al aprender, al escuchar la música flamenca, al hacer los "pasos" siento que hay un mundo recóndito que espera por ser conocido, que espera por ser asido por mí, que espera por ser parte de mi alma y de mi cuerpo. Siento que quiero conquistar un mundo perdido pero me faltan herramientas. Me gustaría tener toda la resistencia del mundo, una botella de vidrio eterna, llena de agua, unos zapatos resistentes para cualquier percance, un vestido aflamencao tan negro como la noche o como el azul profundo del mar, me gustaría tener las alhajas correspondientes en mis cabellos o con mi cuerpo, una flor de azahar siempre floreciendo en mi coronilla, o una peineta de plata coronando mis pensamientos. Quisiera estar así, engalanada con todo el peso de la historia de aquellas tierras andaluces, quisiera vestir así, día y noche, y bailar flamenco todos los días, bajo la luna eterna reflejándose en el río Guadalquivir... Quisiera aprender todos los santos días moros... Y ensayar y ensayar, y aprender, y errar para poder mejorar... Y luego de una danza que nazca de las entrañas, con toda la pasión y la muerte de un mundo recobrado, luego de que el duende haya jugado todo lo posible y quiera irse a descansar, bebería de mi botella de agua, de vidrio eterno, y comenzaría a cantar con los sonidos de aquella andalucía viva, latente, vibrante. En el palacio de los Nazaríes, o en el Generalife... En los jardines de los reyes moros expulsados... Y luego de cantar hasta que mi alma esté completa en el cielo, hasta que mi voz se haya convertido en espíritu y luego en cuerpo, y luego en miles de naranjales y de rosas, y de jazmines, luego de eso, cerraría mis ojos bajo la luna, para descansar.

Soleá

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