20 febrero 2006

¿Dragón?


Una vieja estación. El sabor del mate bien cebado en la boca o quizá... Un poco de café. El viejo vestido se mecía con el gran viento delicioso que había en ese lugar ¿Nuestro lugar? Cualquier lugar era nuestro. Podríamos estar en los grandes salones de París o allí. Daba lo mismo, éramos siempre los mismos en cualquier lugar que era nuestro lugar. A veces eran los años 20' y no nos dábamos cuenta de las sonrisas de la gente. Otros momentos eran los años 40' 50' 90' 2200... Quién sabe qué año era realmente. Cualquier época era de nosotros.

El Club del Dragón era como la sangre misma, como si todo estuviera en nuestras almas ¡Somos tan felices! Todo era nuestro, todo es nuestro. El mundo se sumergió con nosotros para ser parte de nuestra sangre real, tristemente exquista.

Y se rieron y quería llorar. Nuestro nombre era la fuerza, esa fuerza que encantaba con sólo oír su nombre... Club del Dragón. Y Cortázar en su trono de papel se reía de nosotros por haber robado un pedacito de su historia, pero nosotros reíamos con él porque la felicidad y el arte (sobretodo el arte) se mecía en nuestras manos deliciosas.

No podría desear nada más... Quizá algo. Esperar a los que faltan tan sólo... A los que sólo les falta poco tiempo para ingresar al Club.

O quizá nadie más.

Quién sabe.


- Escuchando a Bessie Smith "St Louis Blues"

03 febrero 2006

Huellas


Son miles de huellas, de pisadas constantes en el suelo tibio de la arena incandescente. Miles, como miles de estrellas que hay en el firmamento, como miles de amores que pudieron existir en cualquier corazón, miles. O quizá ninguno.

Miles de huellas de miles de momentos, quizá una risa ahogada dentro de ese círculo de amigos, tirados en la arena viendo como atardece esa tarde tibia de verano ¿tibia? Quizá demasiado que se vuelve calurosa e insoportable. Pero no es así, allí no, no es así allí donde los sueños placenteros no se quiebran nunca.

Como decían las huellas en sus libros viejos de ceniza, allí están los sueños, las mentiras, los adioses de miles de momentos. Quizá allí él se confesó a su amada, o mató lo último que le quedaba, la miseria. Quizá allí pueda caber el mundo, encerrarse el mundo ahogado, o quizá demasiado airoso, quizá con demasiado aire en sus pulmones que se oxida, que marchita, que no sufre. Porque nosotros no sufrimos, nosotros no lloramos, nosotros no caímos cuando queremos levantarnos. No, nosotros no.

¿Y quién es nosotros? Los seres humanos, quizá sí. Soy demasiado humana o quizá demasiado nada o algo, o un sin fin de supocisiones que nunca sabremos cuál es la verdadera.

Yo sólo los dejo... Con las huellas.

Piensen en las huellas que hay en su vida, en las personas que las dejaron. Mediten un poco sobre lo que fueron y sobre lo que son. Nada más.


Soledad