Calor sofocante en la habitación. Los pies sobre una cubeta de agua, el cuerpo dentro de una cubeta de agua. Una toalla en el respaldo de una silla y mis ojos mirando al techo blanco, blanco... tan blanco. Los bordes de la marquesina de la puerta se mezclan con los colores que existen en mi mente. Sabor a tabaco añejo desde lejos, en tu boca. En tu boca todo, en tu boca la perdición. Tapo mi cuerpo con la toalla blanquecina y camino sobre el loza del piso con mis pies mojados. Abro la puerta.
- Buenas noches Señorita...
-Buenas sean sus noches también señor, es bastante tarde ¿tan tarde trae el correo?
- Decían que era urgente...
- De... ¿De parte de quién?
- Del señor, del conde, marqués, príncipe, alma de bohemio, cantor de tangos... Ud sabe.
- Páseme la carta, gracias por su servicio. Aquí tiene un beso, adiós.
Puerta cerrada, y mi cuerpo mojado sobre la cama, la carta tiene un exquisito aroma a noche, a esa noche mortecina que rasga los cuerpos desnudos de los amantes ¿Pero qué amantes? El Bohemio no era nada mío.
"Dos de la mañana, tres de la mañana, seis, siete, tres de la tarde. Son todas horas que parecen cambiar con el extracto de un poco de vida. El calor de mi alma me está matando, me está aniquilando hasta destrozar cada parte de mi piel. Me siento aniquilado, destrozado, muerto por el hierro, por el cansancio, por el sueño. He escrito tan poco, no sabes lo abandonada que esta mi alma Genielle. Quisiera que estuvieras aquí para iluminarme con tus ideas, pero no te encuentro por ninguna parte. Estas lejos, tan lejos que no puedo ni escuchar tu voz tan dulce, tan tuya. Mi corazón ya no me basta para escribir, el recuerdo ya no me basta para pensar, para maquinar historias, poemas, nada, nada en mi cabeza. Quiero refugiarme un rato fuera de este lugar. El amor de Diss es lo único que me mantiene, el amor de ella y tu amistad claro. Dame ideas, te necesito. Un beso. Rupert"
Rupert, mi marqués, mi destino, mi lejanía sin precedentes ¿Qué voy a hacer contigo? Nada, quedarme de manos, brazos, piernas, alma cruzada para no vomitar negro. Darte luces, para no llenarme de sombras con tus ojos cerrados. Necesito respirar. Un cigarro... No, no fumo. Dame un cognac, dame algo. No. Tomo un vestido, un abrigo, zapatos, un peinado a mal traer y a las calles.
El frío se mete por las rendijas de mi abrigo, me meto a un bar, a un bar de estos que no me corresponde meterme. Un trago por favor. Que no sea muy fuerte, mire que no estoy para nada que destroce mi cuerpo ni menos mi alma. Parejas bailando al compás del bandoneón. Yo en Buenos Aires, tú en París. No puedo hacer nada por ti, nada más que tan solo... escribirte para siempre. Me vine aquí para olvidarme un poco de tu aroma, pero me llega como vendaval, me llega de tal manera que rompe todas mis predicciones de olvido. No... Yo sé que te voy a olvidar, si tantas veces pude olvidar, a ti no me costará nada.
- Aquí tiene señorita.
-Gracias ¿Tu nombre?
- Martín.
- Martín... ¿Sabes bailar tango?
- Claro ¿quiere bailar?
- ¿Me enseñas?
- Claro... pero dígame ¿Por qué una muchacha como vos está tan sola en un lugar como este?
- Buenos aires y la soledad ¿no? Me vine de viaje, a tomar ' buenos y nuevos aires'.
El baile que arrastra los zapatos, que te deja con el calor en el cielo, que te pega a tu pareja, que choca los corazones. Labios frente a frente, ojos al costado. Tu mano en mi espalda, el tango sonando y sonando. Los músicos que no dejan de tocar, y tu mano en mi espalda, y mis labios en los tuyos. Es la pasión porteña como le dicen acá che. Es la pasión que arrebata. Rupert y Diss en París, Genielle en Sudamérica. Olvídate un poco de Europa y pon los zapatos de tacón en las piedras de las calles de Buenos Aires.
- ¿Vamos?
-Vamos.
Martín me llevó a su departamento que quedaba cerca del bar. El calor inundó el lugar con nuestros cuerpos colmados con la pasión de las notas del tango. En nuestros cuerpos la historia, en nuestros cuerpos los pocos pedazos de alma que se nos quisieron salir. El día empezó a entrar por las ventanas de colores que tenía en su techo. Su respiración rozaba mi hombro. Su piel blanca, sus cabellos color de trigo, y sus manos agarrando mi cuerpo como si fuera parte de sí. ¿Duermes? Duerme un poco más, déjame contemplarte.
- Genielle
- ¿Sí?
- Dime que no te irás pronto.
- No Martín, me quedaré contigo un poco más.
Y esa luz de color que inundó la habitación quedó marcada por siempre en nuestros corazones...
¿Y Rupert?
Bueno quizá se sepa de él más adelante.
Sol
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